martes, 19 de mayo de 2015

NI ANULA NI SIMPLIFICA

La muerte no cambia lo que somos, no anula ni simplifica las dificultades. Estas deberán ser superadas con el continuo aprendizaje.



por Wellinthon Bossi y Susana Clavero

El dinámico proceso de vivir, aprender, progresar y especialmente mejorarse en lo intelectual y en la moralidad, estableció valiosas experiencias en las relaciones con terceros y, claro, consigo mismo, en la individualidad. Después de todo, la maduración psicoemocional es factor preponderante para el equilibrio delante de los gigantescos desafíos de vivir en armonía. Especialmente si pensamos en la antigua cuestión del autoencuentro, pues muchos de nosotros nos esmeramos en diversas actividades para más allá de la propia intimidad, auxiliando mucha gente, distribuyendo conocimientos, y nos olvidamos de auxiliar a nosotros mismos.

La mayor tarea es la de autoeducación, del automejoramiento. Somos pródigos en aconsejar a terceros y nos debatimos en aflicciones cuando las adversidades nos afecta directamente, olvidándonos de que lo que hablamos deberíamos usarlo primero en favor propio, equilibrando las propias emociones.

Entre los factores del dinamismo de la vida está la transformación traída por el fenómeno biológico de la muerte. Es un fenómeno natural, integrante de todo ese proceso, somos mortales sólo en el cuerpo, e inmortales como seres inteligentes. Las conquistas y dificultades continúan, pues ella, la muerte, no anula ni simplifica las dificultades, una vez que llevamos el equilibrio o la desarmonía interna con nosotros. Una vida moral y emocionalmente equilibrada desde ya resultará en un espíritu desencarnado también equilibrado. Una mente, sucesivamente, emocional y moralmente desequilibrada, llevará para la vida espiritual un individuo desequilibrado, requiriendo las mismas providencias que nos exigidas continuamente durante la vida corpórea.

Muerte y realidad

Tales reflexiones son sacadas de la lectura del capítulo 15 – Los enemigos desencarnados, del libro Tramas del Destino, edición FEB, de la psicografía de Divaldo Franco y de autoría del Espíritu Manoel Philomeno de Miranda. Afirma el autor en el citado capítulo: “… no siendo la muerte otra cosa sino un instrumento de la vida apasionante en todas partes, la desencarnación no anula ni simplifica las dificultades. Cada uno se desenreda de los vínculos físicos según la fuerza vitalizadora  que se utiliza en su sustentación. Transfiriéndose de una para otra posición de la realidad espiritual los sentimientos cultivados, las aspiraciones irrealizadas, las fijaciones, los residuos morales…
Cada uno desencarna conforme se encuentra reencarnado. Los conflictos no equilibrados, como los odios y los amores, prosiguen con mayor voluptuosidad.”

Por eso es importante el esfuerzo desde ya en la resolución de los conflictos que aún traemos, en los disturbios emocionales y psicológicos, aireando la mente con los recursos valiosos de la alegría de vivir, de la confianza en Dios, de la resignación activa y del trabajo en el bien. Y eso puede comenzar con una virtud siempre olvidada: la gratitud. Sí, la gratitud, que es valioso punto de apoyo y alabanza incomparable para el inicio de esta trayectoria de progreso. Aprende a agradecer. Hay muchas razones para eso, basta parar a pensar un poco…

Por eso, la valiosa información en el mismo capítulo: “… El conocimiento de la vida espiritual representa valiosa adquisición para la responsabilidad y la ascensión del individuo…”

La ascensión y la responsabilidad individuales son conquistas del alma, determinadas por la Sabiduría Divina, por medio de la Ley del Progreso.

Vivir es proseguir aprendiendo. Muchos, delante de los desafíos, desean huir de la vida y de los desafíos. Algunos se entregan al equívoco del suicidio o a la pérdida del encantamiento por las maravillas de la vida y sus riquezas. No adelanta. La ley de la vida es dinámica y nos determinan al progreso continuo. Por eso, accionemos la poderosa alabanza de la bondad, levantémonos de nuestras flaquezas y sigamos adelante. La muerte no cambia lo que somos, y como dice el autor espiritual en la obra en referencia, no anula ni simplifica las dificultades. Esas deberán ser superadas con el continuo aprendizaje originado de los enfrentamientos inevitables de la evolución.

Con la claridad del pensamiento espírita, nuestra gratitud a la fabulosa e incomparable obra de la codificación espírita, de Allan Kardec. 


Fuente: artículo de la “Revista Cristã de Espiritismo” nº 126
por Orson Peter Carrara



EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS - CAPÍTULO IV. DE ALLAN KARDEC

MUERTE Y REENCARNACIÓN

163. El alma, al dejar el cuerpo, ¿tiene de inmediato conciencia de sí misma? 
Conciencia inmediata no es el término adecuado. Permanece algún tiempo en estado de turbación. 

164. ¿Todos los Espíritus experimentan en el mismo grado y durante un lapso idéntico la turbación que sigue a la separación del alma y el cuerpo? 
No, ello depende de su elevación. El que está ya purificado vuelve en sí casi inmediatamente, porque se ha desprendido de la materia durante la vida del cuerpo, al paso que el hombre carnal, cuya conciencia no es pura, conserva durante mucho más tiempo la impresión de esa materia. 

165. El conocimiento del Espiritismo ¿ejerce influencia sobre la duración más o menos prolongada de la turbación? 
Una influencia muy grande, por cuanto el Espíritu comprende de antemano su situación. Pero, lo que más influye es la práctica del bien y la conciencia pura. 

166. ¿Cómo puede acabar de depurarse el alma que no ha alcanzado la perfección durante la vida corporal? 
Sufriendo la prueba de una nueva existencia. 

166 a. ¿De qué manera realiza el alma esta nueva existencia? ¿Por su transformación como Espíritu? 
Al depurarse, el alma experimenta sin duda una transformación, pero para ello necesita la prueba de la vida corporal. 

167. ¿Cuál es el objetivo de la reencarnación? 
Expiación, mejoramiento progresivo de la humanidad. Sin esto, ¿dónde estaría la justicia?



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